AGUA,  FUENTE  DE  VIDA … O  MUERTE

Quizá fuente, agua de vida, manantiales de montaña, transparencia infinita en su íntegra pureza; verdor de berros puros que se ofrecen; tritones sibaritas de porcelana viva; larvas escogidas de agua noble. Descenso de arroyuelos, meandros de diminuta factura en las praderas, que puebla tarde el saltamontes verde.

Abajo, mas abajo, se juntan los meandros formando arroyos de fondo pedregoso sentados en la arena; ensancha el cauce, salta el agua entre las rocas, se ahonda, bulle y burbujea; engaña el fondo, nada se ve de tanta transparencia; de clara, parece estéril. Sigue bajando, se estrella, ríe y canta; lava su ribera; se amplía y profundiza, de nieve reverdea. Se puebla de los seres que la viven: larvas de las efémeras, gusanos de canuto sembrados por la arena. No hay peces que se vean, porque su mimetismo es asombroso, porque parecen piedras. Pero allí está presente la huidiza trucha fario, pintonas ejemplares de  ojos limpios y piel sana, sanísima, sin virus o bacterias.

 

Abajo, mas abajo, donde la trucha medra, comiendo casi todo cuanto se mueve en ella, se aumentan de tamaño las riberas, entre peñascos verticales con huecos y con cuevas. Nuevas corrientes, profundos pozos, limpísimas raseras, cascadas y torrentes; todo es bueno para ella, la reina de las fuentes y los cauces, de pozos, de ribazos, de raseras, de cuevas, de corrientes, de remansos cubiertos de salgueras; de todos los lugares donde oxigeno revienta, se palpa y se distingue entre burbujas llenas, dando vida sin freno a cuanto le rodea.

 

 

 

Descansemos un rato y observemos: el agua, tan limpia y cristalina, parece se marea, se turba y se sonroja; incluso se cabrea, comprobando que afluyen a sus flancos detritus y miserias que vierten los establos o las casas, mas abajo de aldeas, de minas o de industrias pequeñas; después de las ciudades, con su enorme indecencia. Comienza la debacle: los hombres y las bestias, lavando sus marranos organismos, así como sus casas, sus haciendas, de miles, millones de impurezas, ensucian sin descanso los arroyos que vierten de la sierra.

 

 

Aumenta la tristeza de las aguas, matizando carbones, diluyendo las heces, fermentando podridos vertimientos, revueltos con lejía en cantidades ingentes, muriéndose ahogadas en si mismas, mendigando de oxígeno los restos en batir de corrientes, amarillas espumas fermentando en remolinos movientes. Aquí las truchas fario, asustadas, bañadas de esta guisa en aguas de cloaca, permanecen ausentes; sus lazos con la vida se resienten.

Poco a poco los tóxicos que las aguas contienen van mermando sus fuerzas, propiciando el camino de la muerte, que no se hará esperar porque los medios aguardan impacientes, a que un descuido la trabe en un anzuelo (si tiene mucha suerte), o a que se agote el oxígeno y se ahogue, o a que el moho la cubra de un modo repelente, pudriéndose ya en vida antes de conseguir hacerse.

 

Las aguas continúan descendiendo, arrastrándose ausentes sobre el viscoso lodo que cubre los fondos, atrapa las piedras y no deja resquicio para ningún ser vivo entre ellas. Siguen caminando lentas, como cansadas de transportar tanta “materia”, como si no vieran el camino, de tanta polución como conllevan.
Ha llegado el momento: ¡Aquí la vida pierde! Cadáveres de truchas van flotando… ¿Quién gana así matando? ¿A qué final nos conduce el inconsciente?… ¿Hay alguien que conteste?

Por : Ordoño Llamas Gil

Fecha – 18-07-90