La tablada era perfecta, empezaba con una rasera de no más de 20 cm de caudal para, progresivamente, llegar hasta los dos metros de agua. Las truchas se cebaban y se presentaba una buena mañana de pesca. Comencé con prudencia avanzando sin hacer ruidos ni ondas que me delatasen, tras unos lances de acercamiento tuve la primera picada, pero tras unos instantes de bullicio tropecé con algo que me hizo trastabillar y la trucha se soltó. No sé si destrabó antes del tropiezo o en ese instante, pero al mismo tiempo que recuperaba el equilibrio vi como las truchas más próximas a mi salían huyendo río arriba, unas alertaban a las otras consiguiendo una fuga en cadena.  Me quedé un instante pensando en esa reacción ante mi tropiezo en el agua.

La respuesta era evidente, la línea lateral había funcionado. La línea lateral es el órgano sensorial de los peces. En la trucha se manifiesta como una suave línea que va desde el opérculo hasta la cola y presenta ahí las escamas más redondas y de mayor tamaño. Este sistema, que trasmite la información al sistema nervioso central, está formado por conductos receptores llamados neuromastos que están compuestos de células ciliadas y que junto con el oído interno y la vejiga natatoria forman un sofisticado procedimiento para detectar las vibraciones y cualquier otra alteración del agua, de tal manera que también es el método que le ayuda a mantener el equilibrio, orientarse y poder detectar a sus presas y depredadores.

El sigiloso pescador las engaña mejor