Para los niños de mi época el campo de juego era la calle y la naturaleza. Por esto, en cuanto mi padre me dejó acompañarle, me fui con él a pescar. Aprendí a pescar jugando, divirtiéndome con un puntal de bambú,  un poco sedal y colgando de un anzuelo una lombriz o un saltón. Así fue que mi relación con los peces comenzó pronto, con cinco años ya había sacado mis primeros peces, pero las truchas se me resistían y mi padre me aconsejaba paciencia…tranquilo todo llegará.

 

Aquella tarde me dejó pescar con su caña, se sentó en un tronco seco y me indicó donde tenía que lanzar el cebo. Como vio que más o menos me defendía se despreocupó mientras liaba un cigarro. “Nunca olvidaré aquel momento, aunque hace tanto tiempo que a veces pienso que solo está en la imaginación de mi memoria.”

 

Levantaba el cebo para lanzarlo aguas arriba cuando de repente sentí unos fuertes tirones y un enorme coleteo en la superficie del agua. ¡Ala!…papá, tengo un pez grande, toma la caña. Mi padre sin inmutarse me dijo…solo es un pez y muchísimo más pequeño que tu, mantén la caña “pinada” y tráelo despacio hacía la orilla. Intente hacer lo que me decía, pero no pude y acabé apoyando la caña en la ribera, la trucha aprovechó mi inocencia y se fue dando un brinco en el agua.

Me quedé triste y reproché a mi padre el no haberme ayudado. Tranquilo hijo, siéntate aquí, a mi lado. Mira… lo siento, me dijo, siento que tú primera trucha se te haya escapado, pero la pesca es así… unas veces gana el pez y otras tú, si te ayudo ya no la pescabas tú y tienes que reconocer que dos contra un pez no es muy deportivo. Pero era una trucha, contesté. Ya, y buena, pero así debe ser, ten en cuenta que las truchas son mucho más listas que los demás peces del río y más difíciles de pescar, por eso tienen esas pintas y un galón en el lomo cerca de la aleta dorsal. Luego mi padre pescó alguna trucha y me enseño aquel “galón” que los demás peces no tenían. Me fijé mucho en esa pequeña aleta que mi padre llamaba galón y también en como las dominaba hasta sacarlas del río.

 

Paso un tiempo, no mucho, cuando volvimos por aquel lugar y fue de nuevo que mi padre me dejó pescar con su caña, insistí una y otra vez pero nada me picaba, entonces mi padre decidió seguir avanzando río arriba hasta llegar a otro lugar del río idóneo para mis facultades.
Fue fácil o al menos es el recuerdo que tengo, a la segunda tirada me entró una trucha e imitando lo que había visto hacer a mi padre la fui arrastrado hacía la orilla hasta dejarla en seco, luego corrí hacía ella y la sujeté ante la atenta mirada de mi padre que con media sonrisa me dijo… así hijo, bien, ya eres un pescador de truchas. Lo primero que hice fue fijarme si tenía galón, si es una trucha, dije todo contento. Si, son las reinas del río, matizó mi padre.

 

Mis amigos no me creyeron aquella “pescata” y mucho menos que las truchas tuviesen un galón. No me importó, porque ellos no pescaban y nada entendían de peces. Pero supe en ese momento que quería ser pescador de peces, pero de peces con galón.

 

Pasaron los años, muchos, y yo siempre le llamé galón. Aun hoy, a pesar de que el investigador Tom Reimchen nos dice que la aleta adiposa es un órgano
mecánico-sensorial, que otros dicen que esa aleta es una reserva de grasa y muchos que no sirve para nada, sigo pensando lo mismo, que es un galón que las distingue de los demás peces del río.