Recuerdos y sensaciones a la orilla del río
José Mª Villarroel Díez (CHEMA)
Vacaciones de verano
Julio y agosto meses por excelencia de las vacaciones estivales, y por lógica tiempos de pesca al tener más tiempo libre. En mi memoria están aquellos veranos en que siendo un chavalín íbamos a pescar y pasarlo en grande a la orilla del río. Tenías que estar con alguien que te llevara y contar con la autorización de tu padre que muchas veces no te daba para desilusión tuya, en mi caso al ser mi padre pescador no tenia problema pues íbamos con sus amigos o con mi tío, también pescador. Nos levantábamos muy temprano para ir al sereno de la mañana y por lógica teníamos que acostarnos también temprano. Las fiestas del pueblo (25 de julio) no eran inconveniente para irse a la cama pronto pues el sacrificio lo valía ¡ir a pescar! al día siguiente, ¡con que ilusión nos íbamos a acostar!. Llegábamos al río y todo en nosotros eran nervios por lanzar al agua nuestro señuelo y empezar a pescar, disfrutábamos mucho más que ahora aunque no pescásemos nada la mayoría de las veces, pero todo tenía algo especial, el olor al roció encima
de la hierba, los cantos de los pájaros, el ver el sol salir entre los
montes….
Momentos en los que disfrutabas y te olvidabas de todo. Lanzabas la cucharilla una y otra vez y en cada lance iba una ilusión puesta que de vez en cuando se veía recompensada en forma de una bonita trucha.  Llegaba la hora del bocata y entre los amigos se comentaba la jornada y nosotros siempre atentos a las explicaciones de los mayores que a veces
contaban historias que no podíamos casi ni creer de grandes truchas y en
cantidad.
A la hora de la pluma disfrutábamos de lo lindo pues ver aquellas cebadas de aquellas truchas nos producían  en nuestro interior un escalofrío que recorría todo el cuerpo, y cuando enganchábamos una gran trucha la emoción era enorme el corazón se nos ponía a mil pero no pedíamos ayuda a nadie, la queríamos sacar nosotros. Algunas veces pascábamos 1 o 2 truchas más que los mayores cosa que nos enorgullecía más si cabe y ellos se alegraban por ello, sobre todo porque pescábamos con los mosquitos que hacia alguno de la cuadrilla (en este caso mi padre). A aquellos moscos que más nos habían picado enseguida le decíamos al montador que nos hiciese más, que eran una bomba pescando y el montador al llegar a casa se ponía manos a la obra.  Luego si quedábamos al sereno y este era bueno eso era la guinda que culminaba nuestra jornada, los aromas del campo otra vez se dejaban sentir y los ruidos se acentuaban más, ranas, grillos, culebras y otros bichos nocturnos se dejaban sentir para nuestro deleite.
Al llegar a casa y muy cansados íbamos rápido a enseñarle a nuestra madre la pesca y no parábamos de explicarla cómo las habíamos capturado, las que se nos habían escapado y toda nuestra jornada de pesca al completo ante la atenta mirada de ella sin decir nada, y a pesar del cansancio ya estábamos con nuestra mente la jornada del día próximo.
Disfrutábamos de verdad, de la verdadera esencia de un día de pesca en verano con los amigos, por eso hoy en verano intento en la medida de lo posible revivir aquellos momentos de mis vacaciones cuando era un chavalín. Todos seguro que tenemos unas bonitas vivencias en lo que a la pesca se refiere y para mí las más bonitas y que más se me quedaron fueron estas, las de las vacaciones de verano, contemos alguna bonita historia vivida en esos veranos, todos tenemos la nuestra. Que tiempos.