Recuerdos y sensaciones a la orilla del río
José Mª Villarroel Díez (CHEMA)
Tal como éramos  I…
Vivimos en un mundo rodeado de comodidades, avances tecnológicos, todo ello para hacernos la vida más cómoda, televisiones, móviles coches todo terreno, internet etc. En la pesca ocurre lo mismo, materiales de última generación: cañas de carbono, carretes de aluminio, hilos que aguantan la de dios, wades, etc. etc., pero todo esto que cada día nos hace la vida más cómoda y que ya casi no podíamos vivir sin ello hace unas décadas no existía y había que agudizar el ingenio y sobre todo administrar la precaria economía de cada uno. En aquellas décadas de los 70 y 80, el material de pesca que existía comparado al que hay hoy en día resultaría casi ridículo el usarlo pero las economías no daban para más y con aquello nos arreglábamos.
Aquellas cañas de fibra de poliéster, unos verdaderos tarugos y que pesaban la de dios…, los carretes el Sagarra con su característico sonido tic, tic, tic , tic de su freno y que era muy  lento, los Mitchell 300, 320, 410 y más tarde el 350 unas verdaderas hormigoneras muy pesados pero muy resistentes, todos hemos pescado con uno de ellos y seguro que todavía tenemos alguno, para no mojarse sólo se disponía de las clásicas botas, las gaviota ,eran muy buenas, aún hoy en día no hay en el mercado una bota que le supere en calidad a pesar de estar fabricadas con cámara de neumático de camión.
Con todo aquel material se tenían – teníamos que arreglarnos pues no había más, pero sin duda lo que más se echaba en falta sobre todo en los 70 era un medio de transporte propio pues muy poca gente disponía de coche, no como ahora. Había que arreglarse como se podía, coger el tren de la estrecha o «mata burras» (FEVE), para ir al Torío o al Esla a Cistierna, el cercanías para ir a Palanquinos y pegarte la caminata desde la estación al río, en el coche de línea de Carrizo, y así podíamos continuar… Había gente algo más privilegiada que tenía una bicicleta y es que en esos tiempos una triste bicicleta era tener mucho hasta para ir a ligar, aquellas bicis de «hombre» y que había que pagar a plazos con su gran foco que disponía de luz corta y larga como el de las motos, y un buen portabultos para cargar las botas y ale pal río.
También y ya a últimos de esa década (70) los había quien tenía una moto, se podían considerar muy privilegiados pues ya iban motorizados y disponían de medio de transporte moderno, todavía recuerdo aquella «campera de mobilette» un verdadero camión sobre 2 ruedas pues disponía de un gran portabultos y que encima se sacaba otro cacho más, se ataban las gaviota (botas) haciendo un rulo en el portabultos con las gomas de la moto, se ponía la caña a la larga entre el portabultos y le sillín la cesta a la bandolera, y la bota vino a la espalda, el bocata en la cesta con el carrete y ¡alee! pal río, no se necesitaba nada más.
Luego los había muy privilegiados y eran los que tenían coche, poca gente pero alguno lo tenía, estos eran los «más amigos» de todos pues había que llevarse bien con el «chofer» para que te llevase a pescar, coches como el 850, R8, etc cargados hasta con 5 tíos con todo su equipo y es que no hacía falta mucho… caña, botas , cesta, bocata y bota vino, también había quien trabajaba en una empresa y esta disponía de furgoneta o coche una «cirila» o un 4L , y si el jefe era bueno y te portabas bien te la dejaba, la gasolina a escote entre todos los que la usaban y procurar no tener ningún percance con ella, siempre había algún amigo que trabajaba en una empresa con coche y te arreglaba el medio de transporte.
Eran tiempos de escasez pero a la vez de ingenio cada uno se arreglaba como podía y con lo que podía, también eran tiempos de camaradería y amistad pues casi nunca se iba al río uno solo , siempre llamaba al amigo que tenía otra bici, otra moto, o al que no tenia coche y le llevabas tu.
Por el río a primera hora todos a cebo o a cucharilla y a la hora del bocata te sentabas a la orilla del río lo sacabas de la cesta y a comer, la bota vino siempre colgada al lado de la cesta para echar un traguete o ofrecerlo a alguien con la finalidad de entablar conversación, sé terminaba de comer y se ponía la pluma hasta la hora de marchar, y siempre se pescaba algo.
A la vuelta la jornada de pesca no había concluido todavía, quedaba parar en el típico bar-mesón o bodeguilla, lugar de parada obligatoria de todos los pescadores y cazadores que en todos los pueblos o barrios de la ciudad había, allí se comentaba la jornada de pesca y se enseñaban las truchas, el que las pescaba, el que no pescaba siempre le quedaba contar como se le habían escapado unos truchones de aquí te espero. Pero todo ello dentro de la amistad, la concordia y sin envidias.
Había una bonita tradición entre los cazadores, los cuales muchos también eran pescadores que consistía en colgar las orejas de las liebres cazadas en lugar bien visible y con el nombre del cazador y comprobar cómo fulano había cazado más liebres que mengano y más grandes por el tamaño de las orejas, eran envidias sanas sin malas intenciones, que lastima que esto ya no se lleve.
También había gente que se le daba muy bien montar mosquitos y este tenía siempre que hacer unas cuerdas para los amigos y gratis, sobre todo para el que ponía el coche y para todos la misma cuerda, así no surgían problemas de si a ti te picaron al que yo no llevo o a mi ese mosquito no me lo diste etc. también es verdad que cuando se iba a por pluma a la Cándana o a Campohermoso todos tenían que aportar para que el «montador» les hiciese sus mosquitos.
En fin, eran tiempos difíciles había pocos recursos pero la amistad se palpaba, no había envidias y cada uno se las ingeniaba como podía para disfrutar de la pesca, y siempre tenías a alguien dispuesto para ayudarte en lo que necesitases. De esta manera, de esta forma era tal como éramos….
P.D.: Esto va dirigido a los más jóvenes y dedicado a los más veteranos.
Tal como éramos II…
 …Y en aquellos años era común acudir a la casa del montador de la cuadrilla los domingos por la mañana, mientras veda cerrada, para ver cómo iban las moscas que luego harían las delicias de todos ellos. Aquellas mañanas tenían algo especial, un olor especial a tabaco y naftalina, (mi padre era el montador de su cuadrilla), en su mesa (la de la cocina) la sábana blanca cubriéndola, encima de ella las cajas de hilos, las plumas, ese flexo que calentaba como un demonio y todo lo necesario.
Mientras el «montador» se dedicaba a su faena los amigos que acudían a casa conversábamos sobre cual mosca nos iría mejor… en el coto de tal… y para este mosco con esta pluma…y el «montador» colocaba la pluma en el azulejo y luego cortaba con la punta de las tijeras. Todos nos fijábamos como lo hacía y prestábamos gran atención. Hasta 10, 12 cotos era normal el que te dieran de aquella entre cotos y semi-cotos,  había que ir bien surtido de «moscos» porque en todos ellos se pescaba y las cuerdas no se compraban más que cuando se iba a por pluma todos aportaban. Cuando las economías ya daban para algo más la gente solía ir con la familia al rio, para bañarse o pasar el día, una de las pescas muy tradicionales y que intervenía toda la familia era la pesca del cangrejo, la señora hacia la paella y el paisano sacaba unas docenas de cangrejos que alguno iba a parar al arroz, eran tiempos de convivencia muy familiar.
La pesca del cangrejo fue en sus tiempos una pesca muy tradicional, los había en casi todas partes y era común el ir a tirar unas reteladas después de salir de trabajar, en Cabanillas, Cuadros, La Seca, eran sitios muy frecuentados por
estar muy cerca de León y al salir del trabajo agarrabas la moto, o el coche y hasta la bici y para allá, ¡cuántos pescadores tuvieron que huir de la «linterna» de la Guardia Civil por estar pescando fuera de hora!… o dejar los reteles para el día siguiente por el mismo motivo. Pero en aquellos años no todo fue un camino de rosas, a últimos de los 70 principios de los 80 la AFANOMICOSIS exterminó casi por completo las poblaciones de cangrejo autóctono y con ella desapareció una de las pescas más entretenidas y bonitas que teníamos, ¡una pena!. Si esto no fuese poco a principios de los 80 la SAPROLEGNIA se cebaba con las poblaciones trucheras, el Órbigo, fue uno de los ríos más castigados por esta enfermedad llegando a diezmar casi por completo sus poblaciones trucheras. El Omaña, Porma y Esla tampoco se libraron, parecía que estábamos asistiendo al apocalipsis de la pesca pues en casi todos los ríos se veían truchas enfermas y nadie encontraba remedio para ello. Por debajo del puente de la vía de Palanquinos se enterraron cientos y cientos de truchas muertas a causa de la enfermedad y contaminación.
La contaminación cada vez era mayor en casi todos los ríos, pero en especial el Esla desde la desembocadura del Bernesga para abajo, la vida en ese río había desaparecido y la contaminación llegó hasta tal punto que ir a pescar allí se le llamaba ir «a la cloaca» o la «cloacona» como la llamaba un amigo de mi padre, cotos como el de Cabreros del Río que tenía unas truchas enormes desaparecieron por esa causa, el de Palanquinos y  otros míticos cotos desaparecieron por otras causas que no se cual son, Carrizo, por ejemplo un grandioso coto con muchas truchas y grandes 2 años antes de que lo quitaran, muchos otros habían desaparecido antes por causas diversas Puente Villarente, San Cipriano, Puente Domingo Florez, Salamón…. más tarde y como consecuencia del cierre de la presa de Riaño cotos como Éscaro, Portilla, Pedrosa o el excelente Bachende desaparecieron para siempre dejando un recuerdo inolvidable e irrepetible.
Acudimos a la llegada de una pesca revolucionaria y novedosa para los leoneses, la pesca a mosca seca, pescadores franceses, sobre todo, trajeron a León ese arte, y llamaba la atención el ver a unos señores extranjeros pescar con una cuerda que parecía un látigo y encima sacaban truchas de donde nosotros no erramos capaces de sacar con «nuestras ahogadas», el Órbigo era el río donde más se les veía y encima esos señores devolvían las truchas al agua, algo impensable para un pescador de la tierra de aquella época (ahora pasa justo lo contrario). Aún con todas las penalidades padecidas todavía la pesca de la trucha en aquellas épocas estaba muy aceptable, pues en todos los ríos te podías divertir y pasar un rato agradable, sobre todo al sereno por los veranos, los ríos traían más agua que
ahora con lo que la diversión se aseguraba. Poco a poco íbamos cambiando y con las economías más fuertes ya casi todo el mundo disponía de medio de transporte propio, se iba perdiendo poco a poco aquella camaradería que unía tanto a los pescadores en cuadrilla, las poblaciones de trucha iban a menos año tras año y ya no existía esa afición por ir a cualquier río a pasar un buen día de pesca.
Nos hicimos más independientes y algo más egoístas pues lo que antes se compartía ahora ya era un auténtico secreto. Así hasta llegar a lo que hoy tenemos y conocemos, cuando uno echa la vista atrás y mira detenidamente lo que había y que hoy hemos perdido da paso a pensar… ¡Qué tiempos aquellos! ¿Volverán algún día?, la pesca de la trucha es casi imposible, en cuanto a la amistad y unión que había algo podemos hacer, este foro a veces me recuerda a aquellas tabernas donde se reunían los pescadores después de su jornada para compartir sus vivencias y todos vosotros sois mi gran cuadrilla aunque sólo conozca a algunos de ellos, no tengo secretos, y el poder compartirlos es algo muy grande.
Hagamos entre todos que aquellos buenos tiempos no queden en el olvido y siempre recordemos y seamos TAL COMO ERAMOS.
Continuará