La  Trucha  y el  Pez (II)
      Ordoño Llamas Gil

 

 

                          Éranse otra vez una trucha y un pez,
esta vez infelices por falta de lombrices
y de todos los cebos por antiguos o nuevos.
Trocose la abundancia en falta de presencia
de todo lo que habita en el agua infinita
del rico manantial; ya el lecho no era tal
sino el contenedor del cieno destructor,
producto del progreso que ya inicia el regreso
(en asuntos cruciales de leyes tan vitales),
hacia la destrucción bañada en polución.
     Allí todos los cebos, los antiguos y nuevos,
de inanición perecen y así desaparecen
al no encontrar cobijo por debajo del grijo
o de la piedra suelta, que pueda darse vuelta.
    ¿Qué fue de los cangrejos?¿Se murieron de viejos
     o sería del “asco” que impregnaba su casco?
Los virus, nos dijeron, con ellos acabaron.
Ciencia ficción sería quien lo transmitiría,
porque ciencia cabal no hubiera obrado tal.
¿O sólo decisiones de arbitrarias opciones?
¡Lo cierto es que no existen, resultado bien triste!
     Nuestros protagonistas se mantienen en pista
con sumo sacrificio, sin permitirse el vicio
(por demás consumista) de comer con la vista,
pues la misma no alcanza para llenar la panza.
    ¿Dónde están ya las huestes de los seres sin pestes
que habitaban el río a su libre albedrío?
¿Dónde quedan sus dientes limpios y relucientes?
¿Qué fue de la piel sana como mejor manzana?
Ya no existe en la arena la limpieza serena,
y la piel, entre el lodo que contamina todo,
se estropea y agrieta, ajando la silueta.
     Cuando llega la freza mermando fortaleza y
el esqueleto afina, estiliza y esquina, agotando
al final la energía vital… entonces,
asociados todos los malos hados
(los virus, las bacterias, los ácidos, las piedras)
potentes confabulan y toda vida anulan
de los seres que, acaso, se tropiezan al paso.
Continuará…
Por     Ordoño Llamas Gil (1.992)